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«La Fée Verte»(el hada verde) es el popular apodo de la absenta, que con su complejo sabor amargo y toque anisado, es una legendaria bebida envuelta en misticismo,arte, bohemia, excesos y un poco de controversia y riesgo. Su historia devela increíbles mitos artísticos y algunos embrujos.
La absenta es una bebida espirituosa que proviene de la planta artemisia absinthium (ajenjo), y se forma con la denominada «santa trinidad»: ajenjo + hinojo + anís. Se macera y se destila dos veces para obtener un líquido transparente con altas concentraciones de alcohol (entre 80 y 90%), que después se diluye hasta obtener los grados etílicos deseados. Su sabor es sumamente amargo y ligeramente perfumado por las flores de hinojo y el anís —receta tradicional—, aunque algunas veces se le añaden otros ingredientes aromáticos como raíz de enebro, nuez moscada, regaliz, raíz de angélica, etcétera.
La absenta trascendió con su fama mundial en su clásica presentación color verde, aunque también eran común beber «la bleu» (azul) o «la blanche» (blanca). Este color esmeralda se logra añadiendo la clorofila del ajenjo, o con colorante artificial, al igual que la absenta azul y la roja, aunque algunas absentas añejas pueden tomar tonos amarillos, ambarinos o hasta marrones, dependiendo del tiempo que la botella haya estado en exposición al sol.
Encanto bohemio de la musa verde
El ajenjo ha sido considerado como medicina e importante elemento de ritos litúrgicos desde sociedades antiguas, pero fue el doctor francés y residente suizo, Pierre Ordinaire quien en 1972, puso a disposición de las gargantas más aventuradas este tónico etílico que primero fue un «elixir» en Suiza (donde comenzó su producción y venta). Posteriormente pasó a ser el perfecto alivio para la fiebre de las tropas francesas en 1840, hasta convertirse en la «bebida nacional de Francia» en 1860, cuando muchos cafés y cabarets parisinos fundaron «l'heure verte» (la hora verde) donde se consumía a placer. Fue entonces asociada con la magia, la sensualidad y la desinhibición del movimiento bohemio parisino y se convirtió en la musa de artistas, escritores e intelectuales de la Belle Époque, como Henri de Toulouse-Lautrec, Ernest Hemingway, Charles Baudelaire, Edgar Allan Poe, Pablo Picasso y Vincent Van Gogh, entre otros.
Para 1805, Henri Louis Pernod, inicia una de las primeras destilerías de absenta: Pernod-Fils, en Pontralier, Francia. El consumo entonces se hizo tan popular, que en 1910 se consumieron treinta y seis millones de litros. Sin embargo, su paso por la lista de los placeres lícitos fue breve, ya que en 1912 comenzó su prohibición en Estados Unidos, para luego extenderse por Europa hasta que en 1915 quedó prohibida por completo en Francia, dando paso a la diabólica reputación que obtuvo entre los poetas malditos, ya que por supuesto, siguió bebiéndose de forma clandestina.
La bebida no bebible
Al parecer el destino polémico de la absenta se forjó desde su nombre, que proviene del vocablo griego «apsinthion», traducido como «no bebible». Y aunque es exagerado condenarla, es cierto que al ingerir grandes cantidades de absenta, los efectos alucinógenos hacen aparición.
Las culpables de estos amenos efectos son las tujonas, sustancias esenciales de la planta de ajenjo y que, consumidas en dosis masivas, resultan altamente tóxicas. Éstas crean un efecto similar al THC de la marihuana, que estimula al sistema nervioso y esto, aunado a su alta concentración de alcohol, convirtió a la absenta en bebida moralmente poco aceptada.
Los detractores han señalado que crea un hábito nefasto y puede causar dolor de cabeza, mareos, ceguera y los estados alucinantes que, según los mitos urbanos, han desembocado en locura y muerte —nada comprobable ni comprobado, por supuesto—. Algunos de las leyendas de la absenta cuentan historias de suicidios, lapsos de desenfreno y cuentos increíbles, como el arrebato que llevó a Van Gogh a cortarse la oreja y que según se rumora, fue bajo los crueles efectos que le causaba su completa adicción al verde tónico. Claro que ésta mala fama se debió en gran medida a la baja calidad del alcohol con el que se llegó a preparar en la época de mayor demanda y al absurdo exceso de consumo.
Con tales propiedades químicas, la absenta no se debe beber sola, por eso tiene un seductor ritual alquímico empleado por conocedores para beberla sin riesgo. Consiste en poner un poco en el vaso, montar un terrón de azúcar sobre una cucharilla de plata con agujeros pequeños y colocar la cucharilla por encima del vaso. Después lentamente se vierte agua helada de forma que bañe al terrón de azúcar y permita que éste se diluya poco a poco. Al final, queda una bebida un poco turbia y de consistencia lechosa (debido a sus componentes no hidrosolubles),con un sabor un poco más amable y una fragancia inconfundible con notas de anís como regalo para los atrevidos.
El no tan trágico final
Ahora, después de sobrevivir a la desaprobación colectiva y, tratando de recuperar su dignidad, la absenta es socialmente aceptada de nuevo en la mayoría de los países, aunque su control es bastante específico, tanto en la cantidad de tujonas, como en el máximo de grados etílicos (el tope generalmente es de 45%). El consumo de la absenta en México es legal y muchos la beben con el nostálgico afán de recuperar el símbolo de una excitante época bohemia, perdida entre vaporosos holanes del can-can, música y grandes obras artísticas que protagonizaron una de las épocas más fructíferas de la cultura europea.
Pero como toda posibilidad embriagante, la absenta tiene esa facultad de ser el edén supremo de aventurado o el infierno abrasador de un adicto. Antes de beberla, quizás convenga recordar el popular designo que Oscar Wilde escribió sobre la musa esmeralda: “Después del primer vaso, uno ve las cosas como le gustaría que fuesen. Después del segundo, uno ve las cosas que no existen. Finalmente, uno acaba viendo las cosas tal y como son, y eso es lo más horrible que puede ocurrir”.
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