Hoy, el hombre combina los sentidos para poder disfrutar de todo aquello que nos rodea, haciendo de cada elemento un goce para nuestro cuerpo y nuestra alma.
Yo al igual que tú, disfruto de sentarme a comer en una encantadora mesa, con cómodas sillas, rodeada de un ambiente alegre, con un excelente vino, una suculenta comida y por supuesto en una grata compañía.
Ahora me quiero detener en el tiempo, más específicamente en el imperio romano a describirte de ese momento donde el placer de comer no era precisamente sentado, sino acostado.
Los romanos adoptaron de los atenienses esa práctica de comer tumbados, y si llegaron a esto fue porque en un principio los lechos los utilizaron para sus festines sagrados ofrecidos a los dioses; después los magistrados y los hombres poderosos adoptaron la costumbre, que un poco más tarde fue general y se conservó hasta comienzos del siglo IV.
Los lechos en un inicio, eran bancos almohadillados con paja y cubiertos con pieles, los cuales cada vez fueron más lujosos; con preciadas maderas, incrustaciones de marfil, de oro y hasta pedrería; utilizaron cojines de exquisita comodidad y sus tapices tenían magníficos bordados.
Los comensales en los banquetes se acondicionaban de la siguiente manera: se acostaban sobre el lado izquierdo, con los pies descalzos, apoyándose en el codo; ese lecho se denominaba "triclinio", en este se acomodaban 3 personas, cada uno en un lugar de derecha a izquierda: lecho superior, medio e inferior. Cada casa en Roma tenía al menos dos “triclinios”, uno de verano y otro de invierno, de acuerdo con la dirección en la que se encontraba el sol.
Una imagen muy común que nos remonta a esa época romana, es a través de las películas donde observamos esos festines suntuosos en los que hombres poderosos estaban rodeados de una cantidad inmensa de manjares que devoraban a su antojo.
Esta manera única de comer de los romanos; desde el punto de vista físico, requiere de cierta fuerza para poder mantener el equilibrio, que además debió ser doloroso por el hecho de mantener el peso con una parte del cuerpo como el codo.
Además imagina lo difícil que les resultaba el hecho de beber algo como el vino; que en esa época estaba contenido en anchas copas que brillaban en la mesa de los magnates. Es aquí sin duda donde surge el dicho "De la copa a la boca, suele perderse el vino". Tampoco debió haber sido sencillo el comer con limpieza, aquí yo aplicaría ese otro dicho que dice "del plato a la boca a veces se cae la sopa"; y es que si de por si ya era complicado el comer acostado, ellos tenían mayor dificultad porque según se sabe se ayudaban únicamente de los dedos o de un cuchillo para llevar los alimentos a la boca.
Comida, vino y promiscuidad sexual eran los tres placeres de la riqueza romana. Los dos grandes gastrónomos de la época romana fueron: Lúculo y Apicio; el primero, según la historia se gastaba fortunas buscando manjares extravagantes; el segundo es el autor del famoso recetario de cocina más antiguo que se conserva, llamado: “De Re Culinaria”.
Otro dato interesante de estos festines romanos, es que regularmente se dividían en dos: la primera, en la cuál comían: entremeses de pollo, pato, pichones y cabritos; platos que constaban de lechones rellenos con trufas, ostras y almejas; además de bueyes y jabalíes asados. La segunda parte, en la que la base era la bebida, y se tenían conversaciones, además de que las jóvenes bailarinas no sólo danzaban. Muy comúnmente se rebasaban los limites y se caía en los excesos; entonces en los lechos los sexos se mezclaban, e incluso no era raro ver comensales dormidos.
Un huésped de Herodes, decía que las manzanas y la fornicación eran los postres más populares.
Los excesos llegaron a su fin cuando la religión cristiana al tener influencia alzo la voz: protestaron de las largas comidas donde se veían todas esas voluptuosidades, y situaron a la gula entre los pecados capitales; criticaron la promiscuidad; y combatieron la práctica de comer acostados, algo que les parecía totalmente deplorable. Así es como los lechos no adornaron más las salas en los festines, y se volvió a la antigua forma de comer sentados.
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