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La festividad del Día de Muertos se celebra desde hace más de tres mil años por distintas civilizaciones, entre ellas la azteca, maya, purépecha y totonaca. A propósito de ella decía Octavio Paz que «para los antiguos mexicanos la oposición entre muerte y vida no era tan absoluta como para nosotros. La vida se prolongaba en la muerte. Y a la inversa. La muerte no era el fin natural de la vida, sino fase de un ciclo infinito». Esta creencia ancestral le ha permitido que el mexicano no le tema a la muerte, sino que juegue con ella y la festeje, como una manera de honrarla y respetarla. En México, la muerte es motivo de celebración y gozo.
Aunque cada región tiene una forma distinta de conmemorarla, existe algo en común: la comida que se ofrece exclusivamente para la fiesta y que además de deliciosa, fue declarada como Patrimonio Intangible de la Humanidad, por la UNESCO en 2003. Este banquete de sabores tradicionales nos invita a compartir reunidos a la mesa, haciendo honor a lo que Octavio Paz dijo alguna vez: «todo mexicano ama las fiestas y las reuniones públicas. Todo es ocasión para reunirse». Así que los hogares mexicanos se engalanan con delicias clásicas.
Pan de muerto
Cuenta nuestra historia que en la época prehispánica se acostumbraba conmemorar a los muertos realizando sacrificios humanos, pero con la llegada de los españoles y sus múltiples cambios, llegó el sincretismo que de lo cultural se traspasó a lo culinario. Así, el pan de muerto nació como una fusión de la tradición azteca y el trigo europeo, pero conservando su esencia que homenajea a los que ya no están con nosotros, por eso su superficie está adornada con «huesitos» y azúcar, que en algunos estados se pinta de rojo para simbolizar a la sangre.
Este tradicional pan se presenta en distintas variedades que cambian de región en región. El típico es el redondo espolvoreado con azúcar refinada y ralladura de naranja; en Puebla y en Tlaxcala se come un pan ataviado con ajonjolí; en Oaxaca sobresale el pan de yema de huevo; en Michoacán tiene formas peculiares de personajes clásicos de la festividad y en las panaderías chilangas se encuentran algunos híbridos de pan de muerto mexicano con rellenos dulces como cajeta o nata.
Calaveritas de dulce
Se elaboran de azúcar, chocolate o amaranto y su especial gracia es llevar escrito en la frente, el nombre del difunto o del vivo que recibe como regalo «su propia calaverita, su destino final»
Tienen su origen en el «tzompantli», que era una hilera de cráneos pertenecientes a los hombres sacrificados por los aztecas en honor a los Dioses. Después los españoles trajeron su técnica para la elaboración del alfeñique —pasta elaborada de azúcar con la que se forman diversas figuras— y así «las calaveritas» se crearon como la expresión dulce de la muerte.
Comida de ofrenda de muertos
Todo altar de muertos que se respeta está embellecido con papel picado de colores vivos y flores de cempasúchil, acompañado con veladoras para iluminar el camino de los difuntos y retocado con sal, incienso en copal y otras cosas. Sin embargo, el elemento más importante es la ofrenda, conformada con los alimentos favoritos del difunto a quien se honra. Porque claro, los mexicanos somos exigentes comilones en la vida y en la muerte. La creencia dicta que el festín para los niños es el día primero y las almas adultas se complacen el día segundo del mes de noviembre.
Calabaza en tacha
Platillo tradicional de la temporada, sobretodo porque el otoño nos deja las mejores calabazas de Castilla. Se prepara con canela y piloncillo y debe su nombre al «tacho», el utensilio donde se cocinaba primero el azúcar para luego confitar la calabaza. Este postre se prepara desde la Colonia y es casi indispensable en toda ofrenda de muertos, porque además, la calabaza forma parte de la canasta básica alimentaria desde tiempos prehispánicos.
Más allá de la historia que la rodea, esta festividad se ha ganado el cariño de los mexicanos, por su colorido, su toque alegre y pícaro y porque es en verdad la única en todo el mundo donde la comida tiene lugar de honor en cada hogar.
Sí, quizás muchos refunfuñamos ante la idea del marketing —porque se puede conseguir pan de muerto desde el mes de julio—, pero pocos son los que se resisten a la idea de pasar una fría noche otoñal y arrancarle un huesito al pan, para sopearlo en chocolate caliente, mientras rondan los buenos recuerdos de los que ya se fueron. Nada puede ganarle a esa experiencia.
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