Mecenas Colectivo
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Cuando llega un antojo de comer hamburguesa, nada en la vida importa más que cumplirlo a la brevedad y lo mejor que se pueda. En esta ciudad, donde se puede comer prácticamente lo que sea, hay muchas formas de saciar un antojo hamburguesero repentino, pero no es recomendable abandonar la elección al azar y por eso quisimos seguir la recomendación de un amigo: comer en Burger Bar Joint, sucursal Roma.
Una buena hamburguesa, una que se respete, tiene al menos 180 gramos de carne —mejor si son 200—, un buen bollo —de preferencia brioche— que esté suave y horneado del día, y un buen queso cheddar. Y ya, todo lo demás son aditamentos que se suman para mejorar, o en algunos casos desmejorar, la hamburguesa. Creemos que una hamburguesa legendaria sabe bien con solo carne, queso y pan. Así fue la que probamos en BBJ. La Old School Burger tiene 200 gramos de fantástica carne Angus y se acompaña con su buen trozo de brioche, jitomate, lechuga italiana, cebolla blanca y una nada tímida porción de queso cheddar. Perfecta.
Sin preámbulos: este es un verdadero burger joint, que optó por una decoración muy pop, al estilo de una clásica hamburguesería neoyorquina de los años ochenta. La estética sigue la tendencia de ‘lo feo es más bonito’, por lo que las paredes, de ladrillos desgastados, no tienen más decoración que viejas pinturas de marcas de refrescos; y las tuberías, expuestas en el techo gris, sostienen lámparas sencillas. Algunos anuncios en color neón resaltan el paisaje visual del lugar, recordándonos a la vez, que se trata de un lugar donde lo único que realmente importa es comer bien y pasarla mejor.
Los meseros, muy bien entrenados para recitar el concepto del restaurante y recomendar las clásicas opciones de la carta, son también muy amables, sonrientes y ágiles, por lo que la espera por la prometida hamburguesa no es larga. Además de la clásica Old School Burger, probamos la Black & White Sesame Burger, con sus forzosos 200 gramos de carne, que en esta versión se sirve empanizada con ajonjolí blanco y negro y se adorna con una buen trozo de tocino frito, manzana braseada, espinaca y plátanos fritos: una de esas hamburguesas de leyenda que apenas se puede morder de tan grande que es; y la Baja Special, que añade queso Monterrey Jack, frijolitos, guacamole, alioli de chipotle, lechuga, jitomate y cebolla a sus 200 gramos de carne de res: no fue la más rica, pero cae bien comer algo con sabores reconociblemente mexicanos.
De paso probamos la hamburguesa de pavo (Turkey Parmesan Burger) con mermelada de jitomate, arúgula y aguacate y el hot dog clásico, con salchicha de pavo, mostaza antigua y chiles jalapeños. Nos alegró no quedarnos con la duda y confirmar que la mejor opción es pedir la Old School Burger, que está muy bien lograda, nada refinada, pero con sabor muy propio y delicioso. Es jugosa, un poco grasosa —como debe de ser— y grande. Da gusto saborearla, especialmente si se acompaña con una buena dosis de pepinillos fritos o papas waffle, que no dejan nada que desear.
Para quien desee arriesgarse más, las hamburguesas mexicanas son bastante provocativas. El mesero nos recomendó la Chilaquiles Burger, con pechuga de pollo gratinada con queso Monterrey Jack, chilaquiles crujientes con salsa ranchera y huevo frito. Quizá nos animemos a probarla en la siguiente visita, al igual que la Barbacoa Burger (sobran explicaciones) y la Azteca burger, con chicharrón y julianas de chile pasilla. Ya veremos entonces qué tal.
Además de la infaltables papas fritas y los aros de cebolla, los acompañantes pueden ser pepinillos fritos o ensaladas diversas; pero hay que recordar que las verduras frescas no son su fuerte, así que es mejor irse por lo seguro y dejarse llevar por el festín de carbohidratos deep fried.
Y para que la comida no esté tan seca, la mejor idea es sucumbir a la recomendación del mesero y tomarse una fría y refrescante soda pop, que básicamente es agua de frutas frescas con agua mineral. La clásica es la que tiene zarzamora, fresa, frambuesa, hierbabuena y jugo de arándano; aunque está más rica la de coco. Y bueno, si la comida ocurre en horas donde la ingesta de alcohol ya es socialmente aceptada, se puede agregar un poco de bourbon, whisky, mezcal, ron o vodka a la soda —y sí, sabe mucho mejor así.
Sobre el postre no hay que preocuparse, pues consideramos que el antojo de hamburguesa viene siempre pegado con las ganas de una buena, dulce y cremosa malteada. Como buen burger joint ochentero, BBJ tiene una breve, pero irresistible carta de classic shakes que no le piden nada a las ‘innovadoras malteadas de sabores exóticos’ que se pusieron de moda en muchos establecimientos hamburgueseros. Nosotros probamos tres: la de Lemon Pie, con nieve de limón, galletas maría y leche, que nos recordó instantáneamente al postre casero, congelado y sumamente delicioso que hacían las abuelas. Las otras, igualmente destacadas, fueron la Beer Chocolate Shake, con cerveza obscura, licor de cacao, chocolate y helado de vainilla y la Shake Mani, con rompope, crema de maní y helado de vainilla. Todas ricas. Todas bien hechas. Volveríamos a pedirlas todas.
Hamburguesa clásica, pepinillos fritos, soda pop de coco y malteada de Lemon Pie: esa es la combinación ganadora en una visita random a Burger Bar Joint, donde a pesar de que el nivel de música está un poco alto —y no es la playlist más cuidada que hemos escuchado—, se la pasa uno muy bien, cumpliendo sobradamente el antojo repentino de hamburguesear.
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