Por March Castañeda (@marchcastaneda)
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Quizás debamos agradecer al rey Alfonso XIII por inventar la tapa, ese famoso bocadillo español que acompaña una copa de vino. Gracias, querido rey, por dejarnos disfrutar de tu invento, evolucionado, muchos siglos después. Y gracias, querida globalización, por permitirnos una experiencia de tapeo y tragos, como la de Minibar.
¡Qué extraordinaria idea la de agregarle breves dosis de comida a los tragos de alcohol! O añadirle breves tragos de alcohol a la botana. Da lo mismo. Mientras uno se chiquitea la bebida y picotea la comida, la jornada se vuelve más sabrosa, más lenta, más disfrutable. Así en el nuevo restaurante-bar de Ramón Orraca en la colonia Roma, que se suma a Mexsi Bocu y a Bonito Pop Food. Gracias de nuevo, rey Alfonso XIII.
Aunque bueno, las tapas de este lugar no son las clásicas de pan campesino con jamón, chorizo, embutidos varios o quesos. En realidad lo que encontramos aquí es el concepto del tapeo —de probar poquitos de muchas comidas a lo largo de un buen rato—. Pintxos, alifara, poteos, montaditos, bobatas… no importa cómo se llamen en otros lugares, digamos que en Minibar se llaman picoteos y ya está.
Hay algo muy encantador en las porciones pequeñas. No solo es posible probar más variedad de platillos, también permite que la comida no tenga prisa. Un bocado ahora, otro más tarde, otros dos media hora después. Por ejemplo, comerse una hamburguesa de jaiba; un ceviche verde de marlín y manzano; una tostadita de portobello y provolone; otras hamburguesas, de cordero y de vegetales; un taquito de pescado al pastor —con cuatro salsas: tomate verde con chile manzano asado, aceite de chile morita, de almendra con chile de árbol y la típica roja molcajeteada—; un sope de camarón; un aguachile de callo de almeja; una tartaleta de limón y una tapita de queso, no sería posible si no habláramos de presentaciones breves en tiempos prolongados.
Todo esto comí en mi última visita, a pesar de que el chef Alexis Preschez me dijo que normalmente con cuatro o cinco picoteos es suficiente para quedar satisfecho. Cuando regrese a comer, escogeré de nuevo la tostadita de portobello, el ceviche verde y la tarta de limón, sin dudarlo. Aunque, quizás será bueno probar lo que recomiendan otros comensales: la Burger Campiña, con carne de res molida con chorizo ahumado, jitomate y un huevito de codorniz estrellado, la Burger de camarón con mayonesa de chipotle, jitomate confitado y croqueta de camarón, y el afrancesado hot dog, con mostaza Dijon y salchicha chipolata caramelizada, servida en una mini baguete. En fin, hay mucho de donde escoger.
Pero el picoteo no es lo mismo sin los tragos. Acá los cocteles son cortos y se sirven en botellitas de 2 onzas acompañadas de un vaso con hielos. Así, el comensal puede campechanearse su trago como mejor le plazca. Yo probé tres, pero voy a recomendar solo dos: el Chilibiscus mezcal, con jugo de mandarina, Cointreau y jugo de limón amarillo; y el Cooantro Bombay, con ginebra, cilantro, semillas de cilantro y twist de limón. Las cervezas —artesanales mexicanas y comerciales—, los vinos —tintos, rosados, blancos y espumosos— y los tragos clásicos no faltan en la carta, así que hay para darle gusto a todos, incluso a los alocados que quieren echar los shots a las 2 de la mañana.
Lo único que quizás hice mal en mi visita es ir sola, porque el encanto del tapeo y los tragos cortos es compartir. Además, la terraza —cómoda, fresca y con vista al corredor de Álvaro Obregón— invita a ir en grupos pequeños para precopear en la tarde-noche de un jueves; para comer en pareja al medio día; o para echarse una larga tarde de comida y copas con la familia en fin de semana.
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