Catorce de febrero sin afrodisíacos

Catorce de febrero. El romanticismo —cof, cof, consumismo— inunda las tiendas de chocolates, las florerías, los restaurantes y hasta las redes sociales. ¡Qué increíble resulta tener una receta mágica para una noche pasional! ¿Una lista de 10 alimentos afrodisíacos que harán de la velada algo inolvidable?: sí, por favor… O no. Mejor no, gracias.

Cuestionemos antes. ¿Los alimentos pueden conducir a la pasión, o es la pasión la que nos lleva al consumo de ellos? Chin, esto cuestiona la veracidad del efecto afrodisíaco del chocolate, los ostiones y la vainilla. Pero repasemos un poco nuestra historia humana: desde siempre, el vínculo de la sexualidad y la comida ha sido estrecho. Ambas son necesidades primitivas, aunque nos hemos revelado anteponiendo la búsqueda del disfrute hedonista al cumplimiento de la orden divina.

Todas las culturas han manifestado una intención sexual en su forma de comer y han incluido en su dieta un buen número de alimentos considerados como inductores del deseo carnal. Referencias no faltan: hay alusiones a los afrodisíacos desde los egipcios, pasando por los griegos y los romanos  con sus hábitos lujuriosos en banquetes, hasta el Renacimiento, cuando, gracias al refinamiento de la cocina, muchos ingredientes adquirieron fama de tener propiedades especiales para enardecer más de un apetito.

La lista de alimentos ‘provocadores’ es variada. Algunos por su forma (ostras),otros por la asociación con la fertilidad (higo y trigo) o por su efecto químico (chocolate). En otros casos, ha sido por el delicado aroma que desprenden (vainilla, jazmín) o por la suave textura que presentan (duraznos, fresas). Sin olvidar a los que desinhiben (vino) y a los que resultan irresistibles por su exotismo y alto precio (trufas y caviar).

La realidad es que el acto de comer expresa en sí mismo un placer sensual, porque utiliza todos los sentidos y los entusiasma. La naturaleza hedonista de la comida nos lleva a la seducción, pero es gracias a la forma en la que comemos, al contexto en que lo hacemos y a la significación que le otorgamos.

En ese caso, no importa si comemos langosta o filete. Cualquier comida podría ser afrodisíaca si se ubica en la situación correcta. Si hay deseo y expectativa seductora, la velada terminará bien. Si no existe ningún tipo de atmósfera sugerente, ni una trufa de chocolate con vino y ostión será eficiente.

Solo hay que imprimirle imaginación al asunto. Comer ajo, cebolla o atún enlatado seguro que conducirá a un mal aliento del que cualquier persona huye. Hay que evitarlos, entonces. Si se trata de relajarse, el vino, el mezcal, el whisky más caro o la cerveza más vulgar harán la labor; pero si las copas se pasan en cantidad, el resultado será vergonzoso. La comida india muy especiada podrá ser contraproducente también, o si no preguntemos a los personajes de los chick flicks gringos que pasan su noche romántica en el baño.

En cambio, para La Dama y El Vagabundo un simple plato de espagueti a la boloñesa fue mágico. Samantha cocinó en Sex and the City el peor sushi de la historia, pero su cuerpo desnudo usado como plato haría la diferencia. En Karate Kid 2, una japonesa seduce a Daniel-San con un ceremonioso té verde y en Como Agua para Chocolate, la codorniz con pétalos de rosa provoca reacciones bochornosas.

Falta espacio para más referencias, así que vayamos al punto concluyente: el efecto afrodisíaco está en la intención, no en el alimento.